lunes, 19 de marzo de 2007

Diario de un fin de semana salvaje

Integrado me hallo en el Clan de los Madrileños, así que lo de andar corriendo y estar ocupado todo el día me pasa muy a menudo. Pero no me quejo. Ojalá todos los fines de semana fueran como éste.

Comenzó el jueves, con un partido de pádel. Para una correcta pronunciación de esta palabra, uno se debe introducir una patata en la boca y, aunque todos los que vivimos en el asentamiento de Madrid digamos que es un actividad reservada a la tribu de los Pijus Magnificus, aquí todos lo practicamos. Ningún madrileño lo reconocerá, pero es así.
Fue un partido agotador por dos motivos. Uno, porque hubo que remontar un 5-0 hasta quedar 5-7 (¡tomaaaa!). Y dos, porque jugamos de 10 a 11:30 de la noche y luego tuve que llevar a mi salvaje hermano a su tipi, así que antes de las 12 y media no pude yacer con mi salvaje esposa y descansar en nuestro confortable tipi.

Al día siguiente, San Viernes, tuve que amanecer pronto porque ya se sabe que, aunque uno tenga vacaciones, el Homo Moderno del Clan de los Madrileños no descansa ni muerto. A las 11 de la mañana, después de una multitud de gestiones y habiendo corrido toda la mañana de un lugar a otro, quedamos con un amigo para enseñarle la última exposición de dibujo de mi salvaje (y artística) esposa, que aprovecho para publicitar aquí:


Cartel exposición "Tintaciones".
Le Salon D'apodaca, calle Apodaca, 1 (Madrid).
2006.




Corredor.
Cristina Monedero. 2006.










Schoolfish.
Cristina Monedero. 2006.












Llegamos pronto al aparcamiento de la calle Fuencarral, asumido ya como segunda casa para nuestra máquina de contaminar, y nos tocó esperar. Después de un rato de regocijante contemplación del arte de mi salvaje esposa, de nuevo tuvimos ir corriendo a recoger a mi salvaje madre para que los hechiceros de la conocida casa de curación Ruber de Madrid le hicieran un TAC (desconozco por completo esta tecnología, utilizada por el Homo Moderno, así que no me preguntéis qué es). Allí nos tuvieron esperando 2 horas y media.

Esperar y hacer colas son deportes que se practican diariamente en el asentamiento de Madrid. Para el Clan de los Madrileños, unas veces se espera por falta de puntualidad y otras por exceso de ella, pero, invariablemente, hay que hacer cola para todo en esta ciudad.


Pádel, Ruber,... vaya, parece que la sombra del Pijus Magnificus se cierne sobre mí.


Ya por la tarde, otros amigos quisieron ver la exposición de mi salvaje (y artística) esposa, pero no pudimos enseñársela ya que, después del atasco de rigor, que pillamos volviendo de la casa de curación Ruber, de terminar de comer a las 5 y media de la tarde, y de fregar a las 6 y media, nos tuvimos que preparar para otro evento, oncretamente a las 8 de la noche: Amarilis, una muy querida y salvaje amiga, conocida artísticamente como Mapi, inauguraba su exposición en la librería Diálogo, hermosa librería que, según nos desvelaron sus actuales dueños, fue diseñada hace 30 años por el famoso arquitecto Rafael Moneo y que, curiosamente, es una maravilla de diseño. Champán y bolitas de chocolate y coco rallado adornaron los coloridos cuadros de Mapi.


Pádel, Ruber, champán y bolitas de chocolate y coco rallado,... uf, parece que el hálito del Pijus Magnificus empiezan a arraigar en mi alma.


El sábado, un poco de descanso haciendo la colada, con la máquina que lava. La comida, ligera. De primero: morada lombarda con pasas, piñones y tacos de jamón ibérico. Y de segundo: hamburguesas a la plancha. Por la tarde, reunión con la tribu de mi colegio, en un barrio periférico de Madrid: Las Matas. Pádel, merienda con quesos variados, “saladitos” de Pastelerías Mallorca y, de postre, trufas de Migueláñez (las mejores del mundo). Hala, y a dormir pronto, que mi salvaje esposa tiene metido el mal espíritu de la gripe y tiene que descansar mucho, dado su estado de buena esperanza.


Pádel, Ruber, champán y bolitas de chocolate y coco rallado, Las Matas, más pádel, “saladitos” de las Pastelerías Mallorca,... ¿Seré yo uno de los auténticos Pijus Magnificus?


Al fin llegó el domingo. Toda la mañana limpiando y recogiendo el tipi, que falta le hacía. Y, por la tarde, terminar de escribir el cuento infantil de Joaquín Ackicklepui Kacapuet, reflejo de El Buen Salvaje en papel. Un buen día de descanso el día del Señor.

Ojalá todos los fines de semana fueran como éste.

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