El Homo Moderno tiene una inclinación especial al aislamiento social difícil de entender para El Buen Salvaje. Ese refrán que reza lavar los trapos sucios en casa a veces se lleva hasta extremos surrealistas.
Se tapan enfermedades, disgustos y preocupaciones. Se ocultan problemas económicos, personales, matrimoniales y familiares. Se esconden fallecimientos, penurias, tribulaciones o intranquilidad laboral. Se reservan para uno mismo temores, angustias o inquietudes. Se encubren opiniones personales, intereses, planes de futuro o ideas.
Que todas estas cosas no se comuniquen a aquellos que no tienen ningún vínculo personal, me parece lógico. Tampoco hace falta gritar a los cuatro vientos en mitad de la calle. Pero con nuestro silencio, a veces, castigamos sin sentido a aquellos que nos quieren bien.
Hace tiempo, hubo un Hombre (con mayúsculas) que dijo: “la Verdad os hará libres” ¿No es acaso una forma de mentira el encubrimiento de episodios que, aunque dolorosos, son propios de la vida? Con estas mentirijillas nos vamos encadenando poco a poco a nuestras penas, transformándolas en secretos inconfesables e incomprensibles para los demás, lo que nos da una falsa sensación de privilegiados. Permanecemos callados y cada vez más nos acostumbramos a vivir con “nuestro secreto”, castigándonos sin razón.
Como los demás no saben porque sufrimos, se alejan de nosotros, ya que, ante la negativa a compartir con los que queremos la razón de nuestro pesar (“no, no me pasa nada, de verdad”, “es que estoy cansado”, “he dormido poco”), ellos piensan que hemos cambiado, que ya no somos los de antes, que no merece la pena esforzarse, que nos hemos convertido en unos cenizos. No nos comprenden.
Peor es cuando explota esa olla a presión en que se convierte nuestra alma, por las situaciones más tontas.
No es bueno, no es humano y, sobre todo, no es benéfico pensar que vamos a molestar a los demás con nuestras penas.
Lo que molesta a los demás es no conocernos, cuando creen que nos conocen. Que no queramos su ayuda, cuando nos la ofrecen sin reservas. Que pensemos que nuestras pesadumbres son únicas, cuando prácticamente todos tenemos las mismas preocupaciones.
Que dejemos de lado a los que nos quieren, en suma, cuando más los necesitamos. Eso sí que molesta.
Se tapan enfermedades, disgustos y preocupaciones. Se ocultan problemas económicos, personales, matrimoniales y familiares. Se esconden fallecimientos, penurias, tribulaciones o intranquilidad laboral. Se reservan para uno mismo temores, angustias o inquietudes. Se encubren opiniones personales, intereses, planes de futuro o ideas.
Que todas estas cosas no se comuniquen a aquellos que no tienen ningún vínculo personal, me parece lógico. Tampoco hace falta gritar a los cuatro vientos en mitad de la calle. Pero con nuestro silencio, a veces, castigamos sin sentido a aquellos que nos quieren bien.
Hace tiempo, hubo un Hombre (con mayúsculas) que dijo: “la Verdad os hará libres” ¿No es acaso una forma de mentira el encubrimiento de episodios que, aunque dolorosos, son propios de la vida? Con estas mentirijillas nos vamos encadenando poco a poco a nuestras penas, transformándolas en secretos inconfesables e incomprensibles para los demás, lo que nos da una falsa sensación de privilegiados. Permanecemos callados y cada vez más nos acostumbramos a vivir con “nuestro secreto”, castigándonos sin razón.
Como los demás no saben porque sufrimos, se alejan de nosotros, ya que, ante la negativa a compartir con los que queremos la razón de nuestro pesar (“no, no me pasa nada, de verdad”, “es que estoy cansado”, “he dormido poco”), ellos piensan que hemos cambiado, que ya no somos los de antes, que no merece la pena esforzarse, que nos hemos convertido en unos cenizos. No nos comprenden.
Peor es cuando explota esa olla a presión en que se convierte nuestra alma, por las situaciones más tontas.
No es bueno, no es humano y, sobre todo, no es benéfico pensar que vamos a molestar a los demás con nuestras penas.
Lo que molesta a los demás es no conocernos, cuando creen que nos conocen. Que no queramos su ayuda, cuando nos la ofrecen sin reservas. Que pensemos que nuestras pesadumbres son únicas, cuando prácticamente todos tenemos las mismas preocupaciones.
Que dejemos de lado a los que nos quieren, en suma, cuando más los necesitamos. Eso sí que molesta.