jueves, 19 de febrero de 2009

Vuelve el Holocausto


Ayer se aprobó un documento con la intención del exterminio en masa que supondrá la nueva ley del aborto en España.

Con el voto a favor de PSOE, ERC, IU, ICV, BNG y Na-Bai se ha aprobado lo siguiente:

1. Que el aborto sea libre.
2. Que las niñas de 16 años puedan abortar, sin consentimiento ni conocimiento paterno.
3. Que tener un defecto antes de nacer te condena a la muerte, ¿encontrarán así la pureza de la raza aria, por fin?
4. Que el padre no tiene nada que decir.
5. Que el feto tampoco tiene nada que decir ni derecho a vivir, sólo puede quedar uno y ese es la madre.
6. Se controla por ley la objeción de conciencia para los médicos, y tan sólo se permite en determinados circunstancias (cómo si la objeción de conciencia entendiera de "circunstancias").

El PP se ha encontrado sólo, una vez más, votando en contra de este anteproyecto de ley.

PNV y CiU se han abstenido, como los verdaderos COBARDES, esos que no son capaces de tomar partido ante un asunto tan importante ¿para qué son políticos si sólo son capaces de defender a los que les han votado con un "quizás" o, más bien, "me importa un bledo"?

En fin, que parece ser que matar a más de 80.000 de sus propios ciudadanos al año se ha convertido en una prioridad de este gobierno tan progresista.

¿Rima "progreso" con "interrupción"? creo que no.

lunes, 16 de febrero de 2009

Eurovisión: la fuerza de lo peor


Después de ver la gala de finalistas de Eurovisión del sábado, 14 de febrero de 2009, no me extraña nada que la industria discográfica se esté yendo al garete. Ni me extraña, ni me entristece.

Empecé a verla porque me sonaba haber leído algo acerca de que La la love you, habían llegado a la final, grupo casi completamente desconocido y que a mí, personalmente, me gusta desde hace tiempo.

Cogí empezado el pograma y me sorprendió ver como presentadora a una Alaska rellenando hasta el tope un traje de seda ajustado y espantoso. Con lo que ha sido la gran Alaska.

Lo del jurado era más casposo todavía: reconocí a Uribarri y a Mauro Canut (la peor mitad de Los Acusicas, otro grupo desconocido que completa Joaquín Rodríguez, el que fue bajista y alma mater de Los Nikis). Del resto no sabía absolutamente nada, ni me importó.

En los 20 o 30 minutos que aguanté, entre horrorizado y divertido, contemplé la actuación de dos grupos: Atalis y Melody y los Vivancos.

La madre que los parió. ALUCINANTE.

Atalis se declaraba fan absoluto de Tino Casal y, aparte del anacronismo, perpetraron unos coros (con eco) completamente desacompasados, con un rap horrible en mitad de la canción, buscando trágicamente un nexo con la actualidad que, por supuesto, no conseguía ni de lejos. Estuvieron acompañados por unos go-gós que daban vergüenza ajena, bailando en cueros como locazas desatadas el día del orgullo gay.

Pero es que luego vinieron Melody y los Vivancos. Han sido los más votados por Internet y demostraron porqué. A una Melody (sí, sí, la de antes muerta que sencilla y el baile del gorila uh, uh, uh) que se ha aprendido de memoria como meterse al público en el bolsillo pareciendo humilde, se le unieron 5 maromos de gimnasio en calzoncillos apretados, bailando a su alrededor cual machotes de un striptease de lujo.

No pude ver más. Ni siquiera esperé a La la love you que, por otro lado, creo que actuaron antes de éstos.

Me reafirmo en que esto, unido a Fama, ¡a bailar! (¿por qué los bailarines de los espectáculos televisivos parecen siempre más propios de un boys?), la horrible OT (que Dios quiera que no vuelva nunca) y el rap, hip-hop y todas sus variantes callejeras (el Langui, aupado como el mejor del ranking de este estilo en España, tiene unas letras que pa qué) consiguen que no me dé ninguna pena que la industria musical, por lo menos la española, se vaya al cuerno.

A ver si lo sustituye algo mejor porque es imposible que salga algo peor de las cenizas de Vale Music y todas sus filiales.

jueves, 12 de febrero de 2009

Política española: ¿producto o vocación?

Mi querido y siempre menospreciado Risto Mejide fue el primero que se atrevió a predecir y a “inducir”, de alguna manera, la concepción global de “producto” que nos ha tocado asimilar en España.

En la sociedad del siglo XXI todo es un “producto”: una persona, una cosa, un animal, una fiesta, un mercado, una forma de pensar,… Todo es susceptible de promocionarse, de publicitarse, de crear necesidades, de venderse, de mostrarse, de anunciarse, de negociarse.

En el extranjero lo saben hace bastante tiempo (Sarkozy y su archi-exhibida primera dama exmodelo; la rimbombante operación “libertad duradera”; el famoso “Yes, we can”; etc.) pero ya se sabe que España, aunque hace tiempo que se abrió al exterior, parece condenada a ser el surfista torpe que nunca coge a tiempo las nuevas olas.

Aunque el PP del himno bakalaero aplicó la lección con maestría, ZP y su ceja le han superado con creces y están de rabiosa actualidad (nunca mejor dicho). No he seguido con detalle la campaña de las elecciones vascas, pero creo que el cartel del “Txé” Ibarretxe se parece bastante al de Obama y ya no quiero ni pensar la que pueden montar en Cataluña cuando les toquen elecciones, siendo tierra de cultivo de “creatas”.


Hasta la fe en Dios se ha convertido en una campaña publicitaria en los autobuses...

Y aquí llegamos al punto que me preocupa: ¿Es posible hacer de todo una pose, una apariencia, una postura fingida? ¿Puede llegar todo a convertirse en un eslógan?

Porque los “productos”, si no tienen una calidad mínima, acaban por caducar, por pasar de moda, por sustituirse por otros con una publicidad mejor y un eslógan más agresivo.

Se agradece que, al menos una parte de la política española, además de ser un “producto”, consideren cosas más importantes: luchar por principios, valores y derechos fundamentales en favor de los ciudadanos a los que representan.

Por lo menos una minoría sabe que hay profesiones, actividades y situaciones en la vida que son objeto de vocación y no de mercadeo.

martes, 10 de febrero de 2009

De lo blanco y de lo negro


A ese lado de la calle están los que no creen en el Bien ni en el mal. Para ellos que no existe el blanco ni el negro, sólo el gris que representa al barro.

A ese lado no aspiran a trascender, sólo existe la gloria efímera de un placer de cinco segundos, una cuenta corriente de cinco ceros, cinco ladrillos encerrando 100 metros cuadrados de nada, cinco cilindros en V y una vida material de cinco estrellas.

Hombres y mujeres se agolpan en una acera estrecha, creen en un más allá de pacotilla predicado por Iker Jiménez y la pitonisa Lola y se vanaglorian de estar encerrados en un universo finito, que consideran como lo único verdadero.

Se matan entre ellos (incluso antes de nacer) en nombre de la ciencia, la democracia o de una religión mal interpretada (o, simplemente, interpretada por el hombre). Se pisan, se defraudan, se empujan, se escupen, se golpean, se insultan, se apalean, se desprecian unos a otros, entre hermanos, entre iguales, pensando que son mejores que el de enfrente.

Es la acera de la Muerte, en la que no existen las consecuencias ni el remordimiento. Donde no se quiere entender ni conocer el Amor intangible.

Yo me veo en la acera de enfrente (lo siento por los que se sienten ofendidos) en ese lado en el que no importan los vítores salidos de la boca de otro hombre, sino los aplausos, inaudibles pero potentes, que reciben nuestros actos desde el Más Allá.

Si, es cierto, en este lado aparece un sabor cobrizo en la boca cuando se hace algo de mala fe, cuando se actúa por egoísmo o cuando, simplemente, se queda uno cruzado de brazos, sin hacer nada ante la injusticia. En este lado hay remordimientos, sí, muchos he sentido aquí.

Pero también la propia calle se eleva cuando uno de los que se encuentran en este lado realiza una buena acción, cuando unos de los corazones actúa. El espíritu, verdadero poseedor de la alegría, se siente pleno, rebosante de agua fresca, porque su acto de Vida repercute en todos los demás, incluso en los espíritus grises del otro lado.

Porque los Muertos (que en realidad son los Vivos) miran directamente a la Verdad y saben reconocer su reflejo cuando los vivos (que en realidad son los muertos) la invocan y se desprenden así, durante un instante eterno, de la mortaja blanca en la que se envuelve su existencia material.

No veo porque he de cruzar la calle a un mundo laico, ignorante, intransigente e inhumano, sí aquí soy feliz.

Además, no hay espacio en la otra acera para un espíritu débil como el mío. Necesito que cuiden de mí en este lado de la acera, en el que el blanco y el negro son colores que no se mezclan, dejando distinguir claramente el contraste entre el Bien y del mal.