martes, 10 de febrero de 2009

De lo blanco y de lo negro


A ese lado de la calle están los que no creen en el Bien ni en el mal. Para ellos que no existe el blanco ni el negro, sólo el gris que representa al barro.

A ese lado no aspiran a trascender, sólo existe la gloria efímera de un placer de cinco segundos, una cuenta corriente de cinco ceros, cinco ladrillos encerrando 100 metros cuadrados de nada, cinco cilindros en V y una vida material de cinco estrellas.

Hombres y mujeres se agolpan en una acera estrecha, creen en un más allá de pacotilla predicado por Iker Jiménez y la pitonisa Lola y se vanaglorian de estar encerrados en un universo finito, que consideran como lo único verdadero.

Se matan entre ellos (incluso antes de nacer) en nombre de la ciencia, la democracia o de una religión mal interpretada (o, simplemente, interpretada por el hombre). Se pisan, se defraudan, se empujan, se escupen, se golpean, se insultan, se apalean, se desprecian unos a otros, entre hermanos, entre iguales, pensando que son mejores que el de enfrente.

Es la acera de la Muerte, en la que no existen las consecuencias ni el remordimiento. Donde no se quiere entender ni conocer el Amor intangible.

Yo me veo en la acera de enfrente (lo siento por los que se sienten ofendidos) en ese lado en el que no importan los vítores salidos de la boca de otro hombre, sino los aplausos, inaudibles pero potentes, que reciben nuestros actos desde el Más Allá.

Si, es cierto, en este lado aparece un sabor cobrizo en la boca cuando se hace algo de mala fe, cuando se actúa por egoísmo o cuando, simplemente, se queda uno cruzado de brazos, sin hacer nada ante la injusticia. En este lado hay remordimientos, sí, muchos he sentido aquí.

Pero también la propia calle se eleva cuando uno de los que se encuentran en este lado realiza una buena acción, cuando unos de los corazones actúa. El espíritu, verdadero poseedor de la alegría, se siente pleno, rebosante de agua fresca, porque su acto de Vida repercute en todos los demás, incluso en los espíritus grises del otro lado.

Porque los Muertos (que en realidad son los Vivos) miran directamente a la Verdad y saben reconocer su reflejo cuando los vivos (que en realidad son los muertos) la invocan y se desprenden así, durante un instante eterno, de la mortaja blanca en la que se envuelve su existencia material.

No veo porque he de cruzar la calle a un mundo laico, ignorante, intransigente e inhumano, sí aquí soy feliz.

Además, no hay espacio en la otra acera para un espíritu débil como el mío. Necesito que cuiden de mí en este lado de la acera, en el que el blanco y el negro son colores que no se mezclan, dejando distinguir claramente el contraste entre el Bien y del mal.

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