viernes, 20 de enero de 2006

La pradera siempre es verde

La pradera no se estropea y no hay que arreglarla, a pesar de que pasen a diario ciervos, osos, pumas, caballos salvajes, armadillos, conejos y ardillas.
Tampoco tiene semáforos y el paso es libre como el vuelo del águila. Y, sin embargo, no se forman atascos. La ley que rige es aquella en la que el buen salvaje no molesta el paso a los demás y los demás no le hacen perder el tiempo al buen salvaje.

Entonces, ¿por qué en la ciudad, que se supone más civilizada, impide el paso de sus habitantes con semáforos en rojo? ¿acaso no saben que el rojo es el color de la muerte?
¿Por qué los jefes de la tribu urbana tienen la obsesión de arreglar el camino todo el año, impidiendo el regreso rápido y cómodo a casa, para disfrutar cuanto antes con los tuyos?
¿Por qué parece que nunca vayan a terminar de arreglarlo?

Las escarpadas aceras de la ciudad, con sus agujeros, estrecheces y trampas mortales se parecen al bosque oscuro y lleno de peligros que hay en toda pradera que se precie, a las que toda persona natural está acostumbrado.

Pero los semáforos son una tortura cruel y sin sentido que no sé como aguanta la tribu urbana. Menos mal que yo sigo siendo un buen salvaje y siempre veo los semáforos de un sólo color: verde, el color de la pradera salvaje y libre.

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