En aquellos tiempos en que los comunistas salieron del armario e hicieron lo que mejor sabían hacer (joder al personal), el sexo se consideraba un arma política tan importante como la propaganda. Para controlar al pueblo había que conseguir que se abandonase voluntariamente a los placeres de la carne. Y, cuando voluntariamente no era posible, obligatoriamente.
Al Pacino, interpretando al diablo en esa magnífica película nefastamente traducida como “Pactar con el diablo”, cuyo título original, “The devil’s advocate” (“El abogado del diablo”, que tenía bastante más fuerza y coherencia con el guión), decía una máxima defendida por los mayores ideólogos comunistas, “No, el amor está prohibido”, mientras tentaba sexualmente un Keanu Reeves algo tontaina, con una hembra de carnes de seda y pelo rojo como el fuego del infierno.
Y es que en los países comunistas se emparejaba a ciudadanas y ciudadanos por decreto ley, sin conocerse de nada. Aún hoy esto se hace en China o en Corea del Norte. En la doctrina comunista, materialista hasta la médula, el matrimonio brilla por su ausencia o se desprestigia brutalmente, ya que no conviene relacionar sexo con compromiso y mucho menos, con amor.
De esta manera, la educación sexual pasa a formar parte de las atribuciones del Estado, que lo incluye en su temario escolar obligatorio y lo inculca desde la más tierna infancia para que, al llegar a la edad adulta, no se reconozca en el sexo otra cosa más que la satisfacción del placer personal. Se cosifica, se banaliza y se disculpa la infidelidad argumentando la normal (y deseable) inclinación del ciudadano o ciudadana a la “felicidad".
Se supone que, de esta forma, se evitan abusos de poder desde las clases dominantes (los matrimonios de conveniencia, el derecho de pernada, los matrimonios concertados), “liberando” al pobre pueblo. Aunque, de hecho, es la clase dominante (los comunistas en el poder) la que imponen su punto de vista al pobre pueblo al que, por un lado o por otro, siempre le caen todas.
La masturbación, la homosexualidad, la pornografía en cine, televisión, prensa escrita, las “opciones” sexuales (sadomasoquismo, intercambio de parejas, incluso la pederastia) se disculpan e incluso, en ocasiones, se alientan, para dar a entender que es una “liberación” y no un medio de control.
Porque si uno sólo hace caso al cuerpo y no a la cabeza, acaba siendo un esclavo del mismo y no pensando en lo que hace, sino acallando su conciencia, sacrificando sus principios y valores en pos del placer, del éxtasis y, en definitiva, haciendo músculo en el subconsciente, que es la parte más fácilmente doblegable del ser humano.
Y así, ciudadanos y ciudadanas, llegamos a la Educación para la Ciudadanía; al cine español subvencionado cuyos guiones exigen despelotarse a todas las actrices; a los preservativos y píldoras gratuitas en centros de salud; al aborto libre; a las manifestaciones anuales en pelotas; al ostracismo social por “homofobia” (lo que quiera que signifique ese palabro) para cualquiera que tenga otra opinión acerca de ciertas conductas sexuales; al acceso sencillo, libre y gratuito a la pornografía (gracias a Internet); a la emisión de películas, anuncios y programas abiertamente eróticos en televisión, prensa y radio; a los programas que airean la intimidad de los menores y les animan a seguir abandonándose a todos sus deseos; a los ídolos musicales adolescentes sin más talento musical que el contoneo de su cuerpo y, al fin, a la condena total de la sociedad de toda actividad humana (incluído pensar) que no tenga relación inmediata con el sexo.
Como bien decía Forges: “Es tal la ola de erotismo que nos invade, que no tengo más remedio que llamar a Vicky”.